miércoles, 20 de marzo de 2013
"MI MENSAJE" EVA PERON
5TO AÑO "A" DE LA SECUNDARIA Nº 5 Y LA SB Nº 1 LES DEJO ESTE VIDEO PARA QUE VALLAN FAMILIARIZANDOSE CON EL TEMA, EN LA PROXIMA CLASE TRABAJAREMOS UN RECORTE PEDAGOGICO DEL TEXTO "MI MENSAJE"... SALUDOS!!!
Hobsbawm: “La revolución”
Hobsbawm: “La revolución”
I
La bibliografía sobre la
“revolución” se incrementa notablemente entre 1960 y mediados de 1970. Según
Hobsbawm pueden hacerse tres observaciones acerca de la historiografía sobre
este tema: 1) en su gran mayoría tratan sobre las “grandes revoluciones”: por
ejemplo, china, francesa, y rusa. 2) Todas las demás revoluciones se juzgan a
partir de estos ejemplos. 3) La historiografía sobre revoluciones (R) es muy
desigual, por lo cual es difícil establecer comparaciones o generalizaciones.
La mayor parte de los estudios
sobre este tema, tratan de las causas o el desarrollo de las revoluciones,
Hobsbawm (H) se propone, en cambio, estudiar cómo y cuándo terminan. Así parte
de tres premisas fundamentales: 1) el estudio histórico de las R no puede
separarse del período histórico en los que se producen. 2) Nunca puede
separarse de la historia del período en el que el investigador realiza su
trabajo, ni de su inclinación personal.
3) H descarta cualquier versión según la cual “la R siempre puede
evitarse si se puede realizar el potencial creativo de la organización
política”.
II
Según H, carece de interés en
este estudio analizar detalladamente las numerosas definiciones del término R. Todas
ellas proponen una aplicabilidad universal del concepto; pero hoy día los
historiadores tienen sus dudas acerca de esta universalidad. De todos modos, se
intenta no remontar demasiado lejos en el pasado la idea de las R como
causantes de un “cambio de sistema”. Se lo piensa más como un concepto moderno.
Las definiciones más útiles son
descriptivas o sintéticas. H resalta la existencia del elemento de movilización
de masas, sin la cual pocos historiadores identificarían como tal a una R. Así,
la R sería una combinación de síntomas más que la aparición de uno o varios de
ellos por separado. Esta definición sintética aúna dos elementos fundamentales:
el carácter de “rebelión” y el cambio de poder de un “antiguo régimen” a un
“nuevo régimen”. Aunque no siempre sean victoriosas.
Por muy prolongadas en el tiempo
que puedan ser esas “eras revolucionarias”, hay que distinguirlas de los
macrofenómenos históricos en los cuales están insertas, como el cambio de las
sociedades precapitalistas a las sociedades capitalistas. Además, estos
macrofenómenos de transformación histórica no implican el microfenómeno de la
R.
Por otro lado, desde hace mucho
tiempo se acepta la idea de que la teoría “contrarrevolucionaria” aspira a
proteger el orden social frente a una forma de cambio drástico, atendiendo de
forma distinta a las exigencias de cambio. En este caso, el mismo análisis
puede aplicarse, trátese de R o de contraR. Así, cualquier forma específica de
transferencia insurreccional del poder, es tan
sólo una de las varias formas posibles que adoptan esos cambios.
De todas formas, no pueden
existir discrepancias respecto de los dos principios, según los cuales desde el
siglo XVI han sido inevitables algunos cambios funcionalmente revolucionarios,
y algunas revoluciones han sido evitables aunque sólo sea porque de hecho se han
evitado [¿?].
Pero, para lo que le interesa a
H, no es necesario llevar más allá este análisis [¡gracias a Dios!, diría mi
abuela]. Sin embargo, nos deja otras tres observaciones: 1) una época de R
social sin una serie de Rs concretas y significativas es muy difícil de
concebir en teoría e improbable en la práctica. 2) Deben aspirar a la
“transformación social”. Deben implicar cambios drásticos y radicales. 3) Las
diferentes formas de conseguir esas transformaciones, sean revolucionarias o de otro tipo, producen resultados
socioeconómicos y políticos muy diferentes.
III
Las Rs son episodios en los que
grupos de individuos persiguen una serie de objetivos, sean cuales fueren las
causas y motivos que les llevan a actuar o la diferencia que existe entre sus
intenciones y los resultados de la acción.
Aquí H plantea el margen de
acción que los individuos tienen en estas instancias: la historia la hacen las
acciones de los hombres y sus elecciones son concientes y pueden ser
significativas, pero las acciones planificadas se desarrollan en un contexto de
fuerzas incontrolables (Lenin). De hecho, la situación puede ser tan
estructurada que el margen de acción puede resultar muy limitado. Las Rs tiene
un alto componente de incontrolabilidad, por lo cual las teorías que ponen un
énfasis excesivo en los elementos voluntaristas o subjetivos, deben ser tomadas
con cautela.
Desde el punto de vista de los
historiadores, las fuerzas organizadas de los revolucionarios y sus estrategias
son secundarias, su logro consiste en aprovechar en beneficio propio una
situación cambiante. Los intentos de planear desde abajo el estallido de las Rs
han fracasado casi siempre.
Al igual que los ejércitos y las
guerras, los movimientos revolucionarios y las Rs engendran modelos de comportamiento
identificables y tienden a reclutar a aquellos a los que apelan. Según Lenin,
en esas situaciones pasan a ser revolucionarios unos individuos que no lo son
en una situación normal. Qué intereses persiguen los grupos sociales
movilizados no se corresponden con su comportamiento en ese momento histórico
particular, no se puede prever cuál será su actitud subjetiva. Las
consecuencias de un mismo comportamiento de grupo varían debido al contexto
situacional. La estructura y la situación interactúan y determinan los límites
de la decisión y de la acción, pero es la situación la que delimita
fundamentalmente las posibilidades de acción.
IV
Durante la generación pasada, los
estudiosos de la R que seguían el método comparativo concentraron su atención en
las causas y circunstancias determinantes de su estallido y su éxito. Pero
estos estudios tienen limitaciones. 1) Aquéllos que se basan en el supuesto de
que la R es fundamentalmente una forma de inestabilidad o lucha civil, sólo
aportarán datos sobre las condiciones de esa lucha. 2) Los que se preocupan
sólo en la predicción del estallido se concentrarán en las causas y perderán el
interés cuando las R ocurren o han sido evitadas. 3) también pueden ser muy
abstractas. Las generalizaciones basadas en realidades históricas objetivas no
presentan en gran medida esos inconvenientes (por ejemplo la dicotomía
[“díada”, diría Ansaldi] ciudad-campo).
En Genaro, los análisis tienden a
distinguir entre “condiciones previas” (causas subyacentes a largo plazo) y
“desencadenantes” (factores fortuitos que generan el estallido). Esta
distinción presenta tres inconvenientes [a este tipo no le gusta nada…]: 1)
tienden a sumir que ninguna R es evitable a largo plazo. 2) muchas veces no es
posible distinguir entre “condiciones previas” y “factores desencadenantes”. 3)
Tiende a minimizar la interconexión fundamental entre los factores
estructurales-coyunturales y los situacionales.
Ahora H pasa a analizar dos
aspectos sintomáticos de la R: “las crisis históricas” y “las situaciones
revolucionarias”.
El análisis de las rupturas
contemporáneas se ha centrado en el estudio comparativo; pero la posibilidad de
comparar distintas R es muy insegura, dado que éstas se producen en sociedades
y estructuras políticas diferentes.
La difusión de modelos comunes a
través de la ideología, el mercado o el simple poder es característica de un
sistema y, cuando éste no existe, la simple sensibilidad a un motivo común de
perturbación no suele ser suficiente para construirlo. Las diferencias estructurales,
históricas y de otro tipo entre los diferentes componentes han resultado
decisivas.
De todas forma el concepto de
“crisis general” es útil para recordarnos que se producen revoluciones de otro
tipo de rupturas en los sistemas, que atraviesan por períodos de descomposición
y de reestructuración y, al mismo tiempo, para corregir la tendencia a
generalizar sobre la R en abstracto, reduciendo el análisis concreto de las Rs
a la suma de ejemplos distintos.
La crisis general a largo plazo
que atraviesa el mundo desde comienzos del siglo XIX contiene cuatro períodos
de conmoción de todo el sistema: las dos guerras mundiales, la depresión
económica 1929-1933, y la depresión mundial de 1970.
Por otro lado, una “situación revolucionaria” puede ser
definida como una crisis a corto plazo dentro de un sistema con tensiones
internas a largo plazo, que ofrecen posibilidades de un estallido
revolucionario. En consecuencia, su existencia es discutible hasta que
realmente se produce la R. Así, las “situaciones revolucionarias” se mueven en
el ámbito de las posibilidades y su análisis no resulta profético. Según Lenin,
el análisis de estas situaciones comprende: 1) La crisis en la política de las
clases dirigentes. 2) Agudización del descontento en las clases inferiores. 3)
Un incremento considerable de la actividad de las masas.
Según H, el punto central del
análisis leninista reside en la interacción de una “crisis de las clases
altas”, indispensable, y de la rebelión de las masas, empujadas a realizar una
acción histórica independiente, siendo ambos elementos necesarios e interconectados.
Cada uno de ellos puede provocar el otro o pueden aparecer de forma
independiente. Lenin añade que la conjugación de ambos fenómenos es
independiente no sólo de la voluntad de grupos y facciones separados, sino
incluso de las distintas clases. Esto indica que una situación revolucionaria
es incontrolable. De hecho su incontrolabilidad es una de sus características
fundamentales.
Obviamente, no todas esas
situaciones desembocan en un estallido revolucionario. En realidad, hay más
probabilidades de que no se produzca la ruptura revolucionaria.
V
H dice que no es su objetivo
analizar aquí la evolución política o las etapas de las Rs después de su
inicio. Por el contrario, cree que tal vez puede ser más útil centrar los
trabajos en el contexto de las consecuencias
de la R. Esto implica analizar su “conclusión”. Y afirma que este tema suele
interesar poco a los historiadores.
La condición mínima para el éxito
es el establecimiento y mantenimiento de un poder estatal o su equivalente. Sin
embargo, esa función no agota el tema del resultado de las Rs.
De algunas revoluciones
triunfantes no ha surgido una fuerza dominante, ni una orientación, ni
instituciones estatales eficaces, ya sea porque el grupo social dominante no
necesita una política estatal de desarrollo nacional, o porque ninguna fuerza
posrevolucionaria consigue una primacía decisiva sobre las demás.
El primer caso puede darse cuando
el principal impulso de la R es negativo, como ocurre cuando su objetivo
fundamental es eliminar la superestructura política o socioeconómica, y cuando
se considera que no son necesarios otros cambios.
El segundo caso produce el
resultado más interesante de soluciones de compromiso o “Rs incompletas”. Éstas
no son necesariamente, Rs incompletas o frustradas. Es perfectamente posible
que en el curso de las movilizaciones de masas aparezca una fuerza capaz de
controlar el proceso. Como veremos, las “Rs burguesas” son más adecuadas para
alcanzar soluciones de compromiso.
Sea cual fuera la naturaleza de
la solución revolucionaria, llega un momento en que el período de convulsión
deja paso a la historia posrevolucionaria. Ello no puede ocurrir a menos que el
(o un) régimen revolucionario sobreviva y supere el peligro externo o interno
se ser derrocado. No se puede afirmar que las Rs “hayan concluido” hasta que el
régimen revolucionario ha sido derrocado o ha superado por completo el peligro
de serlo. En ocasiones, es difícil saber cuándo ha llegado ese momento: cuando
el objetivo de la R es negativo, como en el caso de las sublevaciones hasta
alcanzar la independencia o el derrocamiento de una tiranía, el problema puede
parecer sencillo; pero igual se debe proceder con cautela.
Sin embargo, aunque el tema de la
datación es un tanto incierto, hay una cierta seguridad respecto al momento en
que “terminan” las Rs, porque no pueden ir más allá, por ejemplo, cuando han
alcanzado los límites de su capacidad para producir el cambio, dada la
configuración de las fuerzas posrevolucionarias (revolución boliviana).
Sólo el arma última y definitiva
que tiene el historiador, la retrospección, permite calificar ciertas fechas
como “terminales” que no lo parecían en el momento de producirse los
acontecimientos.
Ahora bien, no hay duda de que la
creación de una estructura permanente de poder no constituye, en sí misma, un
criterio adecuado. Además, incluso cando la revolución continúa únicamente
“desde arriba”, un criterio meramente político es inadecuado.
Por otro lado, pueden existir
profundos desacuerdos entre los constructores del nuevo marco respecto a los
objetivos preestablecidos y acordados, y respecto a los medios para
conseguirlos.
En resumen, la transformación
subsiguiente de un país no es un simple corolario del establecimiento de un
nuevo régimen permanente, eficaz e incluso inamovible.
En este momento es posible
alcanzar un cierto consenso sobre las Rs del período burgués-liberal. Su
consecuencia, desde luego en Europa, fue la orientación general hacia una
economía capitalista, con diversos grados de éxito.
Esto no significa que tengamos
que aceptar el modelo de “R burguesa” como una operación política conciente,
realizada por una burguesía con “conciencia de clase”. Seguramente, las Rs
posteriores a la R Francesa fueron más burguesas en el sentido de que contaban
con la experiencia de Francia.
Perece que también puede haber
consenso respecto al hecho de que una economía y una sociedad civil
capitalistas exigían una serie de instituciones que podrían definirse como
“liberales”, dentro de los límites políticos que protegían al sistema de
posibles riesgos. El objetivo más obvio de las Rs de la era burguesa liberal
era la construcción de estados con esos sistemas de instituciones (una
constitución y sistemas políticos adecuados).
Así pues, es extraordinariamente
difícil emitir un juicio histórico sobre estas revoluciones y sobre los
diferentes tipos de economías y de regímenes mixtos que han emergido del
torbellino del siglo XX. Sólo es posible presentar tres conclusiones generales
al respecto: 1) Algunos de esos regímenes no pueden ser calificados como “burgueses”
o “capitalistas”. 2) En la gran mayoría de ellos, el modelo político de
democracia representativa no ha sido duradero ni viable. 3) La máquina oficial
del estado o las instituciones estatales cumplieron un papel decisivo.
De esta manera, los criterios
para determinar la conclusión del periodo revolucionario son diferentes en cada
uno de los dos grandes tipos o fases de la revolución moderna.
La “conclusión” de las Rs liberales burguesas puede situarse
cuando, asegurada la supervivencia del nuevo régimen, se crearon las
condiciones político-legales (en forma de una constitución) que permitieron e
impulsaron un desarrollo informal por medio del juego de las fuerzas privadas.
El Estado fue fundamental, y el resultado, el Estado nacional. Estas
revoluciones permitieron que los acontecimientos siguieran su curso.
Las Rs posliberales, en cambio, han necesitado desarrollar complicadas
instituciones de poder público, de administración, planificación y desarrollo
nacional desde el principio. Pero no estaba claro cuál era la naturaleza exacta
de sus tareas y de los medios necesarios para llevarlas a cabo. En este
sentido, en estas Rs, es necesario un grado mayor de desarrollo tras la
transferencia del poder, para que se pueda considerar que ha llegado “a su
término”.
Por otro lado, estas Rs han
degradado o ignorado el marco político-legal de la constitución y la política.
Las instituciones pueden tener poca importancia (China, Cuba). No hacen
esfuerzos por institucionalizar la política de competitividad, negociación o
debate. Por lo tanto, más que incompletas, resultan deficientes. Naturalmente
la política perdura, pero por otros caminos no constitucionales. De hecho,
estos regímenes crean sus propios modelos de funcionamiento de la política.
Una forma pertinente de datar el
cambio puede ser la fecha en que aparece en la escena pública la primera
generación adulta de los “hijos de la revolución”, aquellos cuya educación y
cuyas carreras se han realizado plenamente en la nueva era. Para los hijos de
la R, la R concluida constituye, por definición, un hecho histórico. La R “ha
terminado” cuando sube al poder una generación que sólo conoce la R por
referencias indirectas.
Pero, finalmente, el historiador
puede recurrir, una vez más, al análisis retrospectivo. Lo que una R consigue,
es de hecho, lo que aparece después de la R (más allá de cuáles hayan sido las
intenciones originales). Algunas de las consecuencias más obvias no forman
parte de ningún programa. Esto puede plasmarse en una curiosa dialéctica de
revolución y conservación.
Las intenciones y los programas
sólo interesan al historiador como tema de discurso político y como estudio de
la viabilidad del programa revolucionario.
VI
Una última cuestión. ¿Qué
importancia tiene que la transformación de una “época de Rs” se produzca a
través de levantamientos revolucionarios o de otra forma? Las medidas más
drásticas y de mayores consecuencias para cambiar las instituciones o
reorientar la política pueden tomarse mediante un decreto desde arriba, ya sea
por gobernantes establecidos, por conquistadores, o por gobiernos
revolucionarios.
Sin duda, los cambios impuestos
mediante una R aspiran a una transformación más radical y son más
incontrolables, pero esto no
demuestra que las Rs sean indispensables. Pero son únicas en un sentido: en los
efectos subjetivos de la movilización de masas sobre aquéllos a quienes
movilizan. Este efecto puede ser tan profundo que pueden producirse cambios
absolutos de valores y esfuerzos por alcanzar objetivos que de otra manera
serían imposibles. La R no es simplemente un medio para alcanzar esos cambios,
sino, de alguna manera, la única forma para alcanzar esos cambios.
Los efectos más profundos de las
expectativas revolucionarias sobre la personalidad humana no ocurren
frecuentemente en gran escala y tienden a ser efímeros. Generalmente quedan
reducidos a grupos concretos de la población, y especialmente, a un cuadro
relativamente reducido de activistas políticos.
De una u otra forma, esta
inspiración tiende a desaparecer cuando los regímenes revolucionarios dejan
atrás su ímpetu original. Cuando no desaparece, el “ímpetu revolucionario” se
vuelve rutinario y pierde poder. Hasta cuando dura este “impulso
revolucionario” es una cuestión aún sin resolver.
H cierra con esta frase de Max
Weber: “Toda la experiencia histórica confirma que los hombres tal vez no
alcanzarían lo posible si no intentaran, de vez en cuando, conseguir lo
imposible”.
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